Arupo crece sereno, contenido en la arquitectura. Como los habitantes de esta vivienda, la casa se organiza con la serenidad de quien ya no tiene prisa. Nace del deseo profundo de habitar el tiempo con calma y con los nietos.

Pensada para una pareja de doctores jubilados, esta vivienda se despliega en un solo nivel en un terreno con pendiente. Se construye con una estructura mixta de muros hormigón portante -pigmentado - y ladrillo, material honesto, funciona de forma estructural y se expresa con su textura, color y ritmo.

Arupo se estructura a partir del recorrido pausado, empieza en un zaguán: un umbral cubierto que anuncia la transición entre lo exterior y lo íntimo. Este espacio liminal —común en la arquitectura tradicional andina— es un pasaje; es un respiro, una pausa que prepara al cuerpo para el habitar.

Junto al zaguán se encuentra el patio cubierto, una zona de asado que también opera como extensión social de la casa. Este espacio semiabierto enmarca una vista directa hacia el volcán Ilaló, conectando el interior con un hito natural del valle de los Chillos. Aquí, la arquitectura se abre: se vuelve lugar de encuentro, de contemplación y de celebración.

Tras cruzarlo, se revela el corazón de la casa, el patio. Es el centro vivo. Desde allí, las estancias se abren y se iluminan. El espejo de agua que lo acompaña regula la temperatura y la humedad del entorno, e intensifica la experiencia sensorial del lugar. Sobre el espejo de agua, el arupo aparece, es el saber de la edad: raíces profundas, porte sobrio y su floración intensa son reflejo de la vida. La arquitectura lo contiene y lo protege, al tiempo que él retribuirá con sombra, con frescura, con color.

La cubierta invertida: una estructura a cuatro aguas que desciende hacia el centro-, nació en el proceso de exploración con maquetas conceptuales, al inclinar las cubiertas hacia adentro, la arquitectura realiza un movimiento simbólico: todo se dirige al corazón del proyecto, al patio, esta decisión resuelve el escurrimiento del agua de forma controlada y ordenada, y logra un efecto visual inesperado: el cielo queda enmarcado, contenido por la geometría de la cubierta, como si la arquitectura se inclinara a mirar hacia arriba.

El patio no es ciego. Mira hacia el cielo y en el noroeste se insinúa un bosque.

Desde el patio, la arquitectura despliega una circulación continua y fluida, sin interrupciones, articulada mediante rampas suaves que conectan cada estancia. Esta decisión que responde a la accesibilidad universal, también define una forma de caminar el espacio: sin tropiezos, con el ritmo que da el tiempo cuando ya no se corre.

Los jardines se resuelven con respeto por el entorno. El pavimento de piedra natural se entrelaza con vegetación nativa que crece libremente, sin rigidez, acompañando el ritmo del paisaje. Especies como carrizo, paja, musgo y helechos habitan los bordes, creando una atmósfera silvestre y contenida a la vez.

La vivienda es una pausa espacial, es un intercambio silencioso, - habitantes - casa – patio – árbol-, se sostienen mutuamente, como quien cobija y es cobijado. Es un acto de confianza: el patio se abre hacia el cielo, los jardines abrazan la vivienda. Y en su centro, el arupo —con sus ciclos, su memoria vegetal, su belleza madura— le regresa con quietud a sus habitantes la vida.

Arupo no se apresura. Florece cuando el tiempo ha hecho su trabajo.

Arupo